Publicado en diario El Comercio 9/05/2022
Hace sesenta años el padre Ángel fundó la ONG Mensajeros de la Paz, que ya está en más de cincuenta países
Hace sesenta años, el padre Ángel (Mieres, 1937) era solo Ángel García, un chaval que acababa de ordenarse sacerdote y que tenía la ilusión intacta por la vida, como correspondía a su edad. Junto a su compañero Ángel Silva -y por orden del arzobispo Tarancón- le tocó empezar su carrera eclesiástica en el hospicio de Oviedo y allí, en aquel lugar más bien inhóspito, le cambió la vida. Dentro de lo que hoy es el lujoso Hotel de la Reconquista, se encontró con «muchísimos niños internos, que tenían el pelo rapado al cero y un mandilón azul». Aquella imagen, que hoy describe sin fisuras en la memoria, se le clavó en el sentimiento y decidió que tenía que erradicarla. Nadie merecía crecer así. «Me di cuenta de que los niños debían vivir en familias, debían tener hogares normales, así que emprendimos la andadura de la asociación, que empezó llamándose la Cruz de los Ángeles», rememora de su época de veinteañero.
«Comenzamos a crear hogares en los que vivían unos siete u ocho chavales», apunta y les hicieron la vida más fácil. Aquellos fueron los primeros afortunados de los miles que vendrían después, a lo largo y ancho del globo terráqueo. «Fuimos Quijotes. En esos inicios, no teníamos nada, había días que hasta llamábamos a nuestras madres para que cocinaran en esas casas», se ríe, ahora que ya ha pasado el tiempo. «Hacíamos colectas por Asturias, íbamos por los pueblos recogiendo alimentos con una furgoneta, hacíamos campañas con la Vuelta Ciclista y organizábamos tómbolas y lo que fuera, con tal de sacar algo de dinero».
Era una necesidad conseguirlo porque, entre los muros de sus hogares, había niños que pedían ayuda, a gritos silenciosos: muchos habían sido abandonados al nacer, a la puerta de un orfanato, y otros venían de dormir en la calle; no tenían a nadie que se preocupara por ellos, estaban solos en el mundo. «Los primeros que acogimos nos los llevamos a Otero y luego, seguimos abriendo casas en la calle Sacramento», recuerda.
Pero el padre Ángel se dio cuenta pronto de que solucionar solo la situación asturiana y, concretamente, la ovetense, no era suficiente, así que cruzó la frontera y fue fundando hogares en todas las provincias españolas. «Empezamos por León y seguimos por Ávila, Soria, Valladolid, Madrid… Estábamos en todas partes», se enorgullece. «Les hacíamos mucha falta porque esos críos venían de una soledad y de una tristeza inmensas». Así que salvarlos era «un sueño y una gran ilusión». Tanta que este sacerdote «nunca veía problemas», según reconoce, aunque, si hace memoria, recuerda que también se encontró, durante su aventura, algún obstáculo, pero siempre los superó. «Nosotros apostábamos por hacer hogares mixtos para que los hermanos pudieran estar juntos, pero había autoridades que no lo veían todavía con muy buenos ojos, igual que ocurre ahora con algunos colegios que siguen segregados por sexos».
Era ya la década de los setenta y, estando repartidos por toda la geografía española, la Cruz de los Ángeles pasó a llamarse Mensajeros de la Paz, aunque la esencia era la misma que la de esa pequeña asociación que había nacido en las calles de Oviedo por un impulso de humanidad. «De aquella no teníamos miedo a nada, nos empujaba la juventud y la fuerza nos la daba el creer, no solo en Dios, sino también en los hombres. Con esa fe, éramos capaces de saltar montañas», se convence.
Así que siguieron creciendo, atentos a las necesidades de toda la sociedad -más allá de la infancia y la juventud- y, en 1995, pusieron en marcha el Teléfono Dorado, cuyo objetivo era cuidar de la salud emocional de las personas mayores en situación de soledad, aislamiento o de crisis individual. «Fue un proyecto precioso que no paró de recibir llamadas, llegamos hasta los cinco millones. La sociedad debe saber que no llamaban ancianos que se quisieran suicidar ni que quisieran que les subieran la pensión, sino ancianos que querían hablar del tiempo, de la guerra y del pasado, contarte su vida y no sentirse solos», explica. «Además, era un teléfono totalmente gratuito, lo que permitía que quienes no tuviera dinero, también tuvieran acceso a esta ayuda», se alegra.
Y, hablando con los mayores, a través de esta valiosísima línea dorada, se dieron cuenta de que muchas de sus necesidades no estaban cubiertas. Por ese motivo, un año más tarde, en 1996, nació la Asociación Edad Dorada de Mensajeros de la Paz, que pretende mejorar con creces sus condiciones de vida. «Fui tomando conciencia de que, igual que se abandonaba a los niños al nacer, en España se abandonaba a muchos mayores en el asilo o incluso en una gasolinera o no se les atendía en su propia casa», explica el padre Ángel. «Empezamos entonces a hacer pisos tutelados para la tercera edad y creamos residencias dignas, exigiendo que las habitaciones no fueran comunes», señala. «Tenía claro que debía ser así porque lo contrario es inhumano», se lamenta. «Además, también luché porque fueran mixtos y otra vez lo conseguí porque era lo lógico», prosigue orgulloso.
Porque, para él, nuestra sociedad no debe olvidar que «las personas mayores, como decía Teresa de Calcuta, pueden vivir sin apenas comer y beber, pero no pueden vivir en soledad, sin querer a alguien y sin que alguien los quiera y, a veces, le das un beso en la frente a alguien y te dice que hacía muchísimo tiempo que nadie le besaba. Eso es durísimo».
Con todos esos proyectos en marcha en España, el padre Ángel quiso continuar su labor social y traspasar fronteras, en vista de que las necesidades humanitarias son globales. En 1998 se crea la Fundación Mensajeros de la Paz, que ya alcanza más de cincuenta países en todo el mundo y que gestiona numerosos proyectos tanto a nivel nacional como internacional.
Y, pese a su inmenso territorio de acción, el mierense asegura que nunca le flaquearon las fuerzas. Aún hoy, con 85 años, le sobran. «Alguna vez he dudado hasta de la fe, pero el desánimo de querer tirar la toalla no lo he sentido nunca. Hubo ocasiones en las que me animaron a dejarlo, pero que lo dejen los demás, yo nunca quise irme. De hecho, a pesar de mis años, aún tengo bastantes sueños por cumplir», promete.
«Sueño con conseguir, antes de los noventa, que esté terminada la catedral de Mejorada, la que nos donó Justo Gallego al fallecer. Es de las más majestuosas del mundo porque no está hecha ni con mármol ni con oro, sino con residuos», explica. «Justo la estuvo construyendo hasta los 96 años y yo tengo ganas de acabarla. No quiero que sea una catedral de la cristiandad, sino de la humanidad y que esté abierta a todo el mundo, a todo el que quiera venir. Me encantaría que fuera un lugar de encuentro para todas las religiones y para los que no son de ninguna religión», lanza.
El Padre Ángel confía en ver hecha realidad pronto esa ilusión, y eso que, hace no tanto, en el año 2015, hizo otro sueño realidad. «Hasta los 78 años, no conseguí tener una iglesia abierta las 24 horas como llevaba años pidiendo. Ahora la tengo, la de San Antón, en pleno centro de Madrid, en la calle Hortaleza, que, aunque me costó mucho, la logré», celebra. En ella, sigue los pasos del Papa Francisco y ofrece, dentro del propio templo, servicios para asistir a las personas que, en situación de calle, malviven en el centro de la ciudad. Es un refugio para quienes no tienen hogar.
Pero este sacerdote, más que pensar en todo lo que ha hecho, a lo largo de estos sesenta años, -que ha sido mucho- piensa en todo lo que podría haber hecho y no hizo. «Pude haber hecho más porque siempre se puede hacer más», se ríe. «Pude haber sonreído más a la gente y haber tendido más la mano», prosigue. «Todo el mundo, cuando se le mueren sus padres, piensa que podría haberlos llamado más y que a ellos les hubiera encantado, pues yo siento ese mismo pesar», asegura.
A sus edad y con todo lo vivido, se da cuenta de que «hemos nacido para querer y para ser queridos. En esta vida, perdemos mucho tiempo en tonterías, en burocracia y en hacer en papeles», se queja. Así que, sí, no está libre de pecado, tiene pecados «de omisión porque seguro que, alguna vez, pasé de largo y había alguien que necesitaba ayuda».
No le basta todo lo que ha hecho en los sesenta años de Mensajeros de la Paz, su Cruz de los Ángeles, así que deberá aprovechar el tiempo futuro para seguir peleando. En la voz, aún tiene la fuerza suficiente para defender las causas justas y acoger a quienes necesitan sentir que, en algún lugar, pueden estar a salvo.
Padre Angel
Socio de Honor de CAXXI
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