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«Necesitamos más I+D y menos turismo masivo», Leticia Fernández Velasco, socia colaboradora

Compartimos entrevista de nuestra socia colaboradora Leticia Fernández Velasco en La Nueva España.

Esta historia arranca en 1981 en el Hospital de Cabueñes. Allí nació Leticia Fernández Velasco, gijonesa de Pumarín, ingeniera química y doctora en ciencia de materiales que trabaja como Senior Researcher en la Royal Military Academy en Bélgica. «Soy producto de la educación pública, perfeccionista, aunque menos desde que tengo dos pequeñas que me robaron el tiempo y el corazón, así que trato de exprimir mi vida al máximo para estar con los que quiero y para viajar, mi gran pasión».
Estudió ingeniería química en la Universidad de Oviedo. Cuando acabó «trabajé durante año y medio en un par de proyectos en el campus de Gijón, y luego me fui a la empresa privada (Instituto de la Calidad, SAU). Llegó 2008 (y la crisis), por lo que la idea de hacer un doctorado se hacía doblemente atractiva: financiación asegurada durante cuatro años y ya llevaba dentro el gusanillo de la investigación. Así que el siguiente paso fue hacer el doctorado en el INCAR (CSIC), en Oviedo, y ya tuve claro que la investigación era mi vocación». No se le ocurre profesión «en la que se puedan hacer tantas cosas diferentes y un día pueda ser tan distinto a otro, aunque hay que estar preparado para el fracaso. Gracias a la excelente supervisión de mis directores de tesis y a mi dedicación absoluta, la tesis fue galardonada con varios premios, incluyendo el premio extraordinario de doctorado y premio MIT under 35 (edición española, de 2015). Como en la formación de un investigador una estancia en el extranjero tras el doctorado es casi imprescindible, me fui con un contrato de un año a Bruselas, al Ministerio de Defensa belga, y aquí sigo más de 10 años después, integrada como casi una belga más. Hasta con una casa con jardín a las afueras de Bruselas, que es algo que aquí se estila mucho. Mi intención los primeros años era volver, pero cuando comparaba lo que me ofrecían con lo que tenía aquí, era realmente desolador, así que llegó un momento en que tanto mi pareja como yo nos rendimos a la evidencia de que este sería nuestro hogar a largo plazo».

Trabaja en el departamento de química de la Royal Military Academy, la Universidad donde se forman los futuros oficiales del ejército belga, «y por donde pasó la primogénita de los reyes belgas (y está estudiando su hermano actualmente). Trabajo como Senior Researcher & Project Manager, liderando proyectos europeos tanto en temas de defensa (TeChBioT ) como en energías renovables y participando en proyectos internos del Ministerio y en las actividades adicionales propias de un investigador».

Tuvo una infancia «muy feliz en el barrio de Pumarín, aunque todos los fines de semana nos íbamos a los pueblos de mis padres, en Salas y Tineo, por aquellas carreteras de curvas interminables. Esto me permitió crecer en contacto con la parte urbana y rural de Asturias. Recuerdo con especial cariño mis tardes jugando con mis amigos en el patio del colegio (llamado antes el Elisburu), los paseos (algunos en carretilla) con mis abuelos, los veranos
cuando nos reuníamos los primos, y en general, pasar tiempo con mis padres, haciendo lo que fuera».

Siempre le llamó la atención la naturaleza «y me preguntaba como podría ayudar a preservarla. Como era buena estudiante, decidí estudiar una ingeniería, que a priori ofrecía una buena salida laboral y finalmente conseguí enfocar mi carrera hacia la investigación de materiales para aplicaciones medio ambientales. Lo que nunca me imaginé es que acabaría trabajando para un Ministerio de Defensa, crítica como era con la necesidad y utilidad de este tipo de instituciones. Esta experiencia, que obviamente ha cambiado mi percepción, me lleva a recomendar a los más jóvenes que no se cierren puertas y que se dejen sorprender por la vida». Durante el doctorado tuvo la suerte de hacer estancias cada año de 2 ó 3 meses de duración en varios países europeos y fueron experiencias «que me fascinaron. Tener la oportunidad de conocer otros lugares y personas, y
ver otras formas de vida es tremendamente enriquecedor. Y por otro lado, tienes que apañártelas sola allí, es decir, salir de la zona de confort como tanto se dice ahora, y esto a la larga es un regalo que te hace espabilar, sobre todo si eres tímida como yo».

 

Pasemos a Asturias: «Hay que reconocer que se han hecho enormes progresos en los últimos tiempos en cuanto a las comunicaciones. Ahora tenemos por delante conseguir un difícil equilibrio entre preservar nuestra microcultura, sin caer en nacionalismos necios, y abrirnos al exterior para acelerar el motor económico. A este respecto, sin duda, hay que mejorar la inversión en I+D. Vivo en un país que dedica más del doble de presupuesto (en % PIB) a la investigación que España, y esto se nota y mucho».
Fue «muy frustrante darme cuenta de que todo el esfuerzo y tiempo invertido en convertirme en investigadora científica no eran apreciados en mi propio país, más allá de la concesión de premios, que no abrían puertas de trabajo. Nunca entenderé como España, y especialmente Asturias, nos forma al más alto nivel, invirtiendo mucho dinero en darnos una educación de gran calidad, para que luego seamos productivos en otros lugares».
Más duro que irse fue «darme cuenta de que el retorno, al menos con unas condiciones laborales dignas, no era posible. Que mis hijas estén creciendo lejos de sus abuelos es una espinita que llevo clavada, aunque tratamos de ir a Gijón lo máximo posible (bendito teletrabajo que tanto ayuda). Ahora bien, la emigración trajo muchas cosas buenas a mi vida: no solo progresar laboralmente sino abrir mi mente a otras formas de pensar y actuar, formar una redde amigos de diferentes nacionalidades que se han convertido en mi segunda familia, y como no, encontrar a mi pareja, burgalés emigrado como yo, y tener a nuestros dos tesoros».
Ha notado que Asturias «cada vez empieza a ser más conocida como destino turístico y más gente la sabe situar en el mapa. No les entraba en la cabeza cuando les decía que soy española y que estoy acostumbrada a la lluvia. Asturias tiene mucho ganado: un paisaje variado, buena gastronomía, calidad de vida en general, pero es algo a gestionar muy cuidadosamente y no sufrir las consecuencias negativas del turismo masivo. Y sí que noto que comparados con los centroeuropeos somos mucho más solidarios, sabemos disfrutar de los pequeños momentos y gestionar mejor los imprevistos».
Lo que se puede aprender de Bélgica: «La forma de trabajar, basada más en la confianza y la consecución de objetivos, la flexibilidad, el respeto por los horarios de trabajo y el tiempo libre del empleado… Las reuniones de trabajo internas no suelen programarse más allá de las 3 de la tarde… Y ese respeto también lo tienes que tener como consumidor: está muy mal visto entrar a una tienda cuando queda poco para el cierre, y eso, cuando los horarios son mucho más reducidos que en Asturias (un supermercado aquí puede cerrar a las 18.30 horas). Por otro lado también me gusta la forma
de educar a los niños aquí, huyendo de la sobreprotección y animándoles a hacer las cosas por si mismos desde muy pequeños».
Como referentes, «mis padres. Siempre se volcaron en proporcionarme un clima familiar estable y poner a mi alcance los recursos necesarios para que pudiese lograr todo aquello que me propusiese. Mi padre me enseño (y exigió) el valor del esfuerzo y el trabajo duro, siendo él el mejor ejemplo, y mi madre la importancia de la independencia económica, sobre todo siendo mujer».

👉 LNE