Blog

“Es terrorífico, la gente no tiene nada” – Alberto Francesena describe la devastación y el heroísmo en la ‘zona cero’ de la Dana en Valencia

Alberto Francesena recorre la «zona cero» del desastre para llevar comida a sus suegros, tras horas de tensión y del regreso de dos familiares desaparecidos

Nuestro socio colaborador y mentor Alberto Francesena, que forma parte del equipo del centro tecnológico vasco Tecnalia –en el área de desarrollo de negocio– trabaja online desde Valencia, donde reside. Llegó hace once años, no conocía a nadie, y una compañera de trabajo de entonces, Sara Alabau, lo invitó a unirse a su grupo de amigos. «Y, lo típico, empezamos a quedar y… Un año después me fui a vivir con ella y, al poco, nació Hugo». Hoy Alberto, Sara y Hugo viven en un piso junto a la Ciudad de las Artes. Desde la ventana ve ese planeta blanco y un poco esquelético que diseñó Santiago Calatrava. Todo limpio, en orden, parece el futuro en el presente.

Pero a unos diez kilómetros, en la localidad de Catarroja, donde residieron y donde todavía vive parte de la familia de Sara, la escena es bien diferente: es casi el fin del mundo, un pasado sin agua, sin luz eléctrica, donde algunos tienen que tirar sus heces en bolsas por la ventana. Este núcleo de unos 30.000 habitantes es una de las «zonas cero» de la brutal riada que ha hundido a la Comunidad Valenciana. Alberto y Sara han acogido en su piso de la capital a un matrimonio amigo, con sus dos hijos, que vivía en Catarroja. El viernes, Alberto entró en esta localidad devastada para llevar comida y agua a sus suegros. Confiesa que aún no ha procesado todo lo que está viviendo. Siente que, en algún momento, llorará. Es el mayor desastre natural de la historia reciente de España: vamos por 211 muertos. Todo lo que Alberto tiene dentro lo cuenta así:

1. Un cólico

«Un par de días antes de que todo ocurriera, Sara llevó a mi suegro, Tomás, a Urgencias porque se encontraba fatal. Tenía un cólico nefrítico. Estuvieron un montón de horas allí, le pincharon de todo y le dijeron: bueno, te vas a casa, tienes que tomar esta medicación y si te repite tendrás que venir a quitarla porque tienes un pedazo tremendo de piedra».

«Mi suegro, que está jubilado del sector del mueble, vivió la riada del 1957, aunque era pequeño. Ahora dice que no tuvo nada que ver con ésta que vivimos. Pero el martes, su instinto fue decirse: será como otras veces, así que voy a por el coche, lo saco y lo llevo a una zona alta. Y, pese a que estaba mal, salió con otros cuatro vecinos a sacar los coches. Digamos que esto sería a las seis de la tarde del martes, más o menos. Aquí no llovía mucho, ni en Valencia ni en Catarroja. El problema es que, en Chiva, que está a 70 kilómetros, que es donde se preparó todo, el barranco empezaba a cargarse. A las siete ya había casi cuatro metros de agua. Todo inundado».

2. «Tomás, vamos hacia la muerte, volvamos»

«Bueno, mi suegro y otros vecinos salieron y les dio tiempo a llegar a la Plaza Mayor del Ayuntamiento de Catarroja. Aparcaron el coche allí. Entonces el agua empezó a subir. Intentaron volver a casa para refugiarse. Cuando estaban volviendo, el agua ya les llegaba por las rodillas. Las tapas de las alcantarillas empezaron a colapsar. Una de las vecinas que iba en el grupo se hizo un esguince. Metió el pie en una alcantarilla. El agua les estaba llegando al pecho ya. Y una de las vecinas le dijo a mi suegro: ‘Tomás, vamos hacia la muerte; vamos a dar la vuelta porque si seguimos, vamos a morir. Dieron la vuelta y se refugiaron en una residencia de ancianos, donde el Ayuntamiento».

«En la residencia había unas 70 personas. Pero, de todo lo que estaba lloviendo, el techo se derrumbó. Y el agua empezó a subir y ya estaban otra vez con el agua por encima de las rodillas. Entonces Tomás dijo: voy a acercarme al ayuntamiento, tiene dos plantas, a ver cómo está. Miró y había sitio para subir arriba. Así que volvió a por ellos, que estaban todos de nuevo con el agua al cuello; y los subió a todos arriba, al segundo piso del Ayuntamiento. Cuando ya estuvieron a salvo, alguien dijo: ‘Tomás está fatal, por favor, dejadle que se siente’. El cólico. Le buscaron medicinas e intentaron ayudarle».

3. Desaparecido

«Y, mientras tanto, para nosotros mi suegro estaba desaparecido. No había cobertura para llamarlo. Mi suegra, en casa sola, llorando. Cada vez que había un puntito de cobertura, intentando llamarlo. Mi mujer Sara, aquí en Valencia, llorando porque nosotros lo dábamos por desaparecido. Por muerto. Por fin apareció en casa a las 3 de la mañana, cuando bajó el agua».

4. Atrapado en el súper

«Pero no fue el único de la familia. Otro primo de Sara estuvo 14 horas desaparecido. Lo mismo: estaba en un Consum, una especie de Alimerka de aquí, ya sabes. En el momento que subió el agua, las puertas eléctricas son de cierre programado cuando hay corto. Se bloquearon, no podían salir. Había más de 70 personas dentro. Cuando tenían agua más arriba de la rodilla rompieron un cristal con un extintor para tratar de salir. Se refugiaron en un portal que tenían al lado. Subieron al tercero, al cuarto, y los vecinos los recogieron».

5. La muerte de la peluquera

«Luego te voy a mandar una foto de lo que se veía desde casa de mi suegra. Cuatro metros de agua, la calle convertida en un río de cuatro metros de agua de profundidad. Las peluqueras de abajo se quedaron cerradas y una de ellas, al final, se murió».

«Estaban la madre y la hija en la peluquería. Se bloqueó la puerta. No podían abrir. Gritando: ¡socorro, auxilio, socorro, socorro! Mi suegra llorando porque no podían hacer nada. No podía ir nadie. Se salvó la madre. Con la presión de la corriente se abrió un trozo y se cayó un tabique del bar de al lado y a la hija se la llevó la riada. Se la llevó y desapareció. Y luego confirmaron que esta chica falleció».

6. Los panaderos libraron

«Y los de la panadería de enfrente, lo mismo. Los panaderos de enfrente bajaron la persiana como diciendo: va a ser como siempre, un poquito de lluvia y se acabó. Bajaron hasta la rodilla y estaban dentro trabajando. Cuando empezó a subir, cuanto tenían más de un metro de agua, fueron a abrir la puerta y ya no podían. Entonces se metieron dentro, se subieron a unas estanterías, se quedaron arriba del todo y empezaron a llamar al hijo, empezaron a llamar a mi suegra, a los vecinos: ¡por favor, estamos dentro, ayudarnos, ayudarnos! Y despidiéndose ya. Bueno, vamos a morir. Llorando y tal. Pero al final aguantaron. Estos te salvaron porque el agua llegó a un nivel, pero luego se estabilizó. Estaban ya con el agua al cuello, subidos en la estantería más alta que tenían. Pudieron a aguantar unas horas y se salvaron».

7. Cuidad de mis hijos

«Algunos amigos tienen pérdidas de familiares. Somos amigos del hermano de Antonio Tarazona, que iba con su mujer y su hijo de meses en el coche. Hubo un momento en que Tarazona se baja del vehículo y se lo llevó el agua, aunque al final sobrevivió. Ella se subió encima del coche con el niño, pero no aguantó. La chica tenía dos hijos más y llamó a la mujer que los atendía pidiendo que los cuidase que ella no lo iba a contar. Hay drama por todos los lados».

8. Un crack y este crack

«Tras la riada de 1957, en Valencia se hizo el cauce nuevo del Turia y el ingeniero que hizo eso era un ‘crack’ porque ahora se llenó pero apenas se desbordó. Por eso se salvó Valencia, que es donde yo vivo. El problema es que no dimensionaron la otra parte, lo que llaman aquí la horta sur, la huerta del sur, que fue por donde salió todo. No hicieron otro canal de esa naturaleza, de ese tamaño. Entonces desde Chiva hacia abajo el agua lo barrió todo. Tenían que haber hecho otro igual de grande para evacuar por ese lado».

«Hablan de la rotura de la presa de Tous, hablan del camping de Biescas, hablan de los aviones estrellados de Canarias, hay muchas tragedias de este tipo. Pero, sin contar con la víctimas, la normalidad va a tratar mucho en restablecerse aquí porque en todos estos pueblos hay muchos negocios en la planta baja de las casas y esos están todos arrasados».

9. Todo es barro

«Es brutal, es brutal. Yo estuve ayer (por el viernes) en Catarroja. Iba a llevarles comida, agua, lo básico, a mis suegros. El Gobierno dijo que, por favor, no llevásemos coches. La gente, en un porcentaje grande, hace caso. Pero hay otra gente que no. Se mete con los coches y bloquea las entradas al ejército, a la UME, a los bomberos… Yo pensé cómo podía llegar. Hablé con un amigo panadero. En el horno abren a las cinco y me dijo que, como tenía que repartir, me podía llevar hasta donde se pudiera. Me acercó hasta una rotonda que hay para entrar en Catarroja, a unos 800 metros de casa de mis suegros. Y a partir de ahí, tiramos los dos a mano con el carro por el fango».

«Por el barro, por el agua, sorteando coches, montañas de coches, hierros, palos de bambú en punta. A unos vecinos les habían atravesado la zapatilla. No sabes dónde pisas, lo que hay debajo. Yo iba con mucho cuidado, con botas de montaña. En algunas zonas te hundes en el barro hasta la rodilla, te quedas casi pegado y es complicado sacar la pierna. Y en los portales, habrá como un metro setenta de depósitos de basura. Es terrorífico».

10. Descolorido, doblado: un rescate

«Mi suegro estaba con el batín de casa, descolorido, doblado. Esa es la segunda parte de la historia, que luego Tomás se puso peor y tuvimos que montar un dispositivo para sacarlos de allí por si teníamos que ir al hospital con él. El día anterior había dio un médico de la UME a pincharlo, pero imagínate que se complica. Sara, mi mujer, es pedagoga, pero trabaja en una industria química, en logística; o sea, mueve Roma con Santiago. Se puso a hacer llamadas y no sé cómo lo hizo, pero consiguió que a las 7 de la tarde entrara un guardia civil con un todo terreno hasta 200 metros de casa para sacarlos hacia la gasolinera y que mi cuñado fuera a recogerlos. Ahora están con mi cuñado aquí, en Valencia».

11. Como en la Edad Media

«Sara hizo maravillas, lo consiguió. Pero allí hay gente enferma, hay gente que no tiene medicamentos. Es agobiante. Hay gente que tiene en la puerta de su casa una montaña de cuatro coches y sale por la ventana. Madre mía es dantesco. Había colas de cuatro kilómetros de gente esperando para una garrafa de agua para beber. En las casas hacían sus necesidades en una bolsa de plástico y la tiraban por la ventana, como en la Edad Media. No hay nada, ni luz, ni agua, ni nada. Pero los vecinos todos tratando de colaborar entre ellos. Entre todos, van sobreviviendo».

12. Riada de voluntarios

«Luego me volví andando desde Catarroja. Fueron 7 kilómetros andando cuando llegué a Valencia, a ver los voluntarios que estaban yendo a ayudar, te pone los pelos de punta. Cando yo volvía lleno de barro te hacían un saludo cómplice. Había riadas de chavales jóvenes con los rastrillos intentando abrir pasillos para que la gente mayor pudiera bajar a las colas del agua potable. Ves esas riadas de voluntarios que están entrando a los pueblos y se te ponen los pelos de punta».

13. Los héroes del primer piso

«Otra cosa que no conté, y que es bonita, es que hubo héroes y heroínas en los primeros pisos, muchísimos. Porque venía la gente arrastrada y ellos tendían sábanas con nudos y lanzaban: agárrate, agárrate, les decían. Donde vive mi suegra hay gente que igual salvó a 8 o 10 personas. Eso te emociona. Yo tengo dentro del tapón emocional todavía, no lo lloré».

14. La parte fea de la humanidad 

«Luego también hay la gente robando joyerías, ópticas; en el Mercadona había espabilados. Una cosa es entrar por necesidad a coger agua para subsistir y otra cosa es entrar y llevarse botellas de Chivas, jamones… Esa es la parte fea de la humanidad.

15. Y cuántos muertos

«Y ahora están instaurando toque de queda por las tardes. Yo creo que también va relacionado con que la gente no vea que están empezando a sacar los cadáveres. Porque hay niños en las ventanas y están empezando a sacar de abajo, de los parkings. Y va a haber mucho, pero mucho. Eso nos tememos. Aquí hay un parking municipal de tres plantas que a esa hora se decía que estaba bastante lleno y ese parking está sellado por el barro. Y hubo mucha gente que fue a sacar el coche. Se salvaron los que no fueron a por el coche. Lo hablábamos Sara y yo. ¿El instinto mío cuál hubiera sido? Yo tengo un cochecito que me compré hace un año para trabajar, lo estoy pagando. Pues instintivamente voy a por el coche para subirlo. No somos conscientes de que eso, salvar el coche, podría implicar perder la vida. Imagínate la pila de garajes que puede haber. Si en un edificio de cien personas con que el diez por ciento que hayan bajado por el coche ya son diez personas. Multiplica por todos los garajes que hay… Esto puede ser muy gordo».

Alberto Francesena

Socio Colaborador y mentor de CAXXI

La Nueva España