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Entrevista | «Soy de la jet de Mieres, del barrio de la burguesía de medio pelo que veranea en La Pola de Gordón»

«Con lo que aprendí de la vida en 9 años de Hunosa, lo demás me pareció muy fácil»

Javier Sáenz de Jubera, presidente de TotalEnergies Electricidad y Gas en España y mentor en el Programa de Mentoring de Compromiso Asturias, ha sido nombrado Ingeniero del año 2024 en la categoría Trayectoria. Un reconocimiento, según ha resaltado el jurado de los premios Talento en la Ingeniería, impulsados por la Fundación Caja Rural de Asturias y la EPI de Gijón, por su importante papel en el impulso de la transición energética desde todos los puestos de alta dirección que ha desempeñado en empresas de gran relevancia en Asturias, así como el impulso del talento asturiano, las iniciativas de carácter social, y su influencia para mantener 200 puestos de trabajo directos en Asturias de alta cualificación.

A continuación, compartimos su entrevista en La Nueva España:

–Nací en 1957, en Mieres, en casa, un mes y pico antes de lo previsto. Tengo un mellizo y, como no había ecografías, cuando nació mi hermano, la comadrona le dijo mi madre que tenía la mala noticia de que había otro. Las primeras horas de mi vida no debí de ser muy querido. Pesé un kilo cuatrocientos gramos, pasé los primeros días de mi vida llorando como una magdalena y mi madre decía que le apetecía mucho abrir la ventana y tirarme. Yo era tan poca cosa que la pediatra desaconsejó a mi madre que me diera Pelargón, no me fuera a matar. Después de aguantarme no sé cuántos días llorando me dio un biberón de Pelargón, lloré menos, así que decidió darme dos.

–¿Cómo se llama su hermano?

–Juanjo. Fue médico de urgencias muchos años en los hospitales de Mieres. Estoy rodeado de médicos: mi mujer es oftalmóloga y mi hija pequeña, R3 de oncología, con lo cual creo muy poco en la medicina. Cuando tuve algún problema de salud, derivado de que hice y hago mucho deporte, siempre fui buscando al médico que me decía lo que quería oír y cuando lo encontraba, me paraba.

–¿Tiene más hermanos?

–Una hermana, Pilar, dos años mayor, que es la viuda de Luis Martínez Noval. Fue profesora titular de Contabilidad en la Facultad de Económicas.

–¿A qué se dedicaban en su casa?

–Mi padre puso una tienda que vendía ropa interior, toallas, pañuelos, calcetines y ropa para niños. La llevaba con mi madre y allí trabajaron mucho los dos y dos dependientes que eran de la familia. Se llamaba «Superbarato» y la clave del negocio era vender mucho con muy poco margen. Tuvo mucho prestigio a finales de los 50 y primeros de los 60, cuando no había economatos.

–Su padre.

–Se llamaba Juan José y había nacido en Argentina en 1917. Su padre era de La Rioja, pero emigró por falta de trabajo. El apellido es riojano. Dicen que es de los descendientes de Sancho el Fuerte, rey de Navarra, que iba haciendo hijos por los pueblos, lo que entonces no era malo para las mujeres porque con sus bastardos podían vivir en la corte. Ese hijo de Sancho dio en Sáenz en La Rioja y se le añaden los nombres de los pueblos, Sáenz de Buruaga, de Cosculluela…

–¿Cuándo volvió su padre de Argentina?

–Con dos años. A mi abuelo le surgió un trabajo de oficinista de banco en Madrid. Mi padre creció junto al Palacio Real y decía que jugaba al fútbol con los hijos de los reyes. Cuando llegó la Guerra Civil tenía 19 años y, para no combatir, fue a la embajada argentina y pasó la Guerra Civil allá. A cambio, hizo la mili allí y en España, cuando regresó.

–¿Cómo fue la vuelta?

–Lo trajo una hermana bastantes años mayor que él, casada con un dentista que tenía consulta en Castro Urdiales. Allí aprendió el oficio de sastre. Años 40, pueblo de pescadores, un dentista y un sastre, negocio ruinoso. Mi tío tenía otro primo dentista en Mieres que marchaba a Valladolid y vino para aquí. Mi padre abrió un negocio con un socio y cuando se casó con mi madre, de Turón, como no daba para dos familias, dejó la sastrería y abrió la tienda.

–¿Qué tal era su padre?

–Un fenómeno. De las mejores personas que he conocido. Escribió crónicas de fútbol del Caudal firmando como «Chiche» y un día a la semana hacía un chiste gráfico. Era muy simpático y muy querido.

–¿Cómo era su madre, Gloria?

–Hija de Eugenio y Oliva, mis abuelos muy especiales. Tenían tertulias prohibidas en casa y hace 60 años mi abuela iba con amigas a Benidorm. Él era jefe de vía estrecha y movía el carbón de Turón a Figaredo. Fue el primer presidente del equipo de fútbol de Turón. Por ellos fui mucho a Turón. Mi madre era muy inteligente y ponía sentido común en casa, donde mi padre era la bondad personificada. El negocio, al final, lo llevaba ella más que mi padre.

–¿Y como madre?

–Yo era su favorito.

–Sus padres trabajaban, ¿crecieron solos?

–Había alguna señora siempre por casa, que era casi de la familia. Mi hermana mayor pasó mi juventud tocando el piano. A los 17 tenía la carrera de piano. Mi trauma era que los niños no tocábamos el piano.

–¿Qué ideología había en casa?

–Siempre digo que, en aquella época, una persona de derechas de Mieres era más de izquierdas que uno de izquierdas de Oviedo. El párroco, al que estuve muy unido, don Nicanor (López Brugos), luego Nicanor estuvo dos o tres semanas sin dar misa cuando las grandes huelgas mineras de 1962 y 1964. Era el párroco de San Juan, la iglesia de la burguesía de Mieres, una burguesía de medio pelo. Era un escándalo grande que un cura no diera misa y en mi casa se veía muy normal.

–¿Tiene alguna imagen de las grandes huelgas de Mieres?

–No, pero vivíamos muy cerca de la Casa Sindical y el 1 de Mayo estábamos en casa con las persianas bajadas porque siempre había carreras y líos. Los días antes del Día del Trabajo mi padre hacía un pedido especial de pañuelos rojos que eran la venta estrella.

–¿Había peso religioso?

–No. Eran católicos. Cuando tenía 12 o 13 años era muy buen estudiante y me quiso captar el Opus Dei. Me llevaron a un club, con mesa de billar y de ping-pong y cuando lo conté en casa mi madre me dio este recado: «Diles que me llamen». Cuando la llamaron les contestó: «Tengo dos hijos y ustedes llaman a uno. No va a ir ni uno ni otro porque no entiendo por qué no llaman a los dos».

–¿Qué relación ha tenido con su mellizo?

–Especial, con ventajas e inconvenientes porque convives 24 horas al día en clase y de vacaciones. Cuando llegas a un sitio nuevo no necesitas buscar amigos, cosa que es también muy conveniente a veces. Eso te ayuda mucho en la convivencia. Cuando me casé le dije a mi mujer: «Si esto sale mal, la culpa va a ser tuya, porque yo llevo 25 años de matrimonio y estoy muy entrenado a convivir».

–¿Son distintos entre ustedes?

–Sí, pero tenemos muy buena relación. De pequeño, yo era rubio; él, moreno y nos llamaban Zipi y Zape. Jugábamos al fútbol en el salón de casa y el vecino de abajo, muy buena gente, nos preguntaba qué tal el partido. Recuerdo a mi padre con la zapatilla en la mano detrás de nosotros. Juanjo hizo Medicina, yo soy más abierto, él pesa 30 kilos más porque dejó el deporte.

–¿Eran deportistas?

–Pasé mi infancia jugando al fútbol delante de casa y luego en la rectoral, junto a los que nos llevaban 10 años, los del club «La Cucaracha», donde estaban Víctor Manuel y Javier Fernández. Además, mis padres eran muy amigos de Chus Valgrande, que era todo en el esquí, y empezamos a subir a Pajares muy de críos, desde finales de noviembre a finales de abril o mayo, porque entonces había nieve. A la semana siguiente ibas a la playa. Jugué y juego al tenis.

–¿Dónde estudió?

–Teníamos una profesora que iba a casa y con 6 años fui a un colegio privado, el Ave María. Las fotos recuerdan a los niños de la guerra. De los 10 a los 14 fui a la Academia Lastra. Hice Bachiller Superior en el instituto y fueron los 3 años mejores de mi vida porque el nivel de los profesores era espectacular. De grandes profesores recuerdo a dos fenómenos: el que me dio Química y Física en el Instituto, José Manuel, rígido y duro, y otro en la Escuela de Minas, de Metalotecnia, Pedro Sanz, numerario del Opus.

–¿Sabía qué quería ser?

–En aquella época era relativamente fácil. Económicamente estábamos bien, aunque no para que los tres estudiáramos fuera. Mi hermana hizo Económicas en Santiago de Compostela y, como yo era listo y se me daban bien las matemáticas, fui ingeniero de minas. Lo hice encantado porque, como me gustaba esquiar, no quería salir de Asturias.

–¿Qué tal se relacionaba en la adolescencia?

–Bien, teníamos una pandilla en la que un miembro destacado, por sus activos inmobiliarios, era Vital Álvarez-Buylla, hijo del que luego fue primer alcalde de la democracia. Tenía una casa pegada a un monte suyo, La Rotella, con una granja de gallinas que adecuamos para club. Aquellos 14 éramos «la jet» de Mieres –ponle comillas– y nos movíamos entre el Casino y La Rotella. Invitábamos a chicas y poníamos discos poco modernos, en castellano más que en inglés. Había que echarle valor entonces para coger de la mano a una chica. Conservo muy buena relación, entre otros, con el conocido director de reparto Luis San Narciso.

–Sacaba muy buenas notas, ¿estudiaba mucho? –

–En Bachiller no recuerdo haber abierto un libro y competía con mi hermana en matrículas de honor.

–La Escuela de Minas de Oviedo tenía la fama de ser muy dura.

–El año que entré se matricularon muchos porque habían suspendido la selectividad y en Minas no se necesitaba. En vez de 80 empezamos 200. Primero y segundo curso eran selectivos y si no aprobabas todo, no pasabas de curso. De los 40 que terminamos solo tres hicimos la carrera de 5 años.

–¿Qué recuerdos guarda?

–Muy buenos y alguno malo de profesores muy malos. No voy a decir los nombres.

–¿Qué le pasó?

–Cuando murió Franco yo estaba en segundo de carrera. Hubo una semana sin clase y, al volver, hasta Minas –que era una burbuja– se revolucionó. Me acuerdo de asambleas en Minas, de Manuel Suárez, mi amigo, que estuvo muy ligado a Izquierda Unida y al Partido Comunista. Como no sabíamos de qué protestar se decidió que no íbamos a responder cuando se pasara lista.

–Minas era último centro del distrito en el que se pasaba lista.

–Y si tenías un número de faltas no te podías examinar al final. Hicimos lo convenido. Los profesores entraban, pasaban lista y, como no se contestaba, marchaban y corría el temario. Así estuvimos un par de semanas. Alfonso Rojo, un profesor extraordinario de Química de segundo, una asignatura que es un coñazo, era buena persona. Pasaba lista y decía: «Bueno, tengo que marchar porque no hay nadie, pero me voy a quedar y les voy a dar la clase».

–¿Cómo se resolvió el problema?

–La Escuela decidió que a los ausentes se les suspendía la matrícula. Tuvimos que volver a matricularnos. Segundo era un curso selectivo especialmente duro y ese año lo fue más. Profesores hueso, como Antonio Corrales y Carlos Conde, fueron huesos como siempre. José Algué, catedrático de Física, un personaje, dio clase y examinó con normalidad. Pero hubo alguno que dio leña especial. En tercero, un curso más tranquilo, nos esperó uno para vengarse y si éramos 50, y lo normal era que pasáramos todos, aprobó a cinco en junio y yo saqué un 7. Fue el profesor más hijoputa que conocí en toda mi vida.

–¿Qué notas sacó en la carrera?

–No sé, pero no estudié mucho. En los primeros cursos, iba y venía todos los días en la empresa Fernández. En tercero, cuarto y quinto daba clases particulares para comprar esquíes y gastos así. Daba clases porque venían muchas chicas, pero nunca tuve ninguna relación.

–¿Cuándo conoció a su mujer?

–Yo tenía 19 años y ella, 18 y empezaba Medicina. María Jesús Viescas, de Mieres, del barrio pobre, pegado al parque de Jovellanos, en la esquina con el barrio rico. Siempre bromeo que soy de la jet de Mieres.

–Esquiaba, jugaba al tenis, no tenía problemas de dinero e iba para ingeniero de Minas, una forma de ser príncipe.

–Una jet que veraneaba en Pola de Gordón, aunque yo tenía el privilegio de agosto en Gijón y septiembre en casa de mi tía, en La Bastida, pegado a Haro, con los del pueblo.

–¿Cómo conoció a María Jesús?

–En la pandilla. No tengo mucha experiencia con mujeres, pero no la conquisté. Ella decidió ir a por mí. Hizo el último examen de carrera un sábado y el martes nos casamos en el día y la iglesia de San Pedro, fiesta entonces. Hace 42 años.

–¿Hizo la mil?

–Milicias. Seis meses de soldadito; tres por el verano en Figueirido en cuarto de carrera y el primer trimestre de quinto en 1978, año de la Constitución, en Hoyo de Manzanares, Academia de Ingenieros. Como era fuerza de intervención inmediata estuvimos un mes acuartelados. Ahí descubrí que 100 universitarios que hacen ejercicio fuerte todos los días pueden vivir en un barracón sin calefacción y estar un mes sin ducharse y no pasa nada.

–¿Tenía ardor guerrero?

–Mi espíritu militar… bueno, un capitán nos dijo: «Aunque les parezcamos unos cabrones verán cuando pasen los años cómo nos recordarán con cariño». Me prometí cuando tenía 20 años que nunca lo iba a recordar con cariño y he cumplido a rajatabla hasta hoy. Era el furriel de la compañía, que es quien asigna los servicios con criterio ordenado y justo y a cambio no hace guardias, ni se queda los domingos. En la habitación de los cabos teníamos dos váteres de pie y veíamos por la noche pasar las ratas de un baño a otro. Hice los 6 meses de alférez en el cuartel del Coto de Gijón y perseguí las novatadas que me parecían una vergüenza.

–Acabó la carrera y…

–Me llamó por teléfono José Campomanes, un catedrático muy duro que no se acordaba mucho de mí, pero que me había puesto un ocho. Me ofreció dar clase en la Escuela de Ingenieros Técnicos Industriales de Gijón, para sustituir a un catedrático problemático en sus últimos años de actividad porque suspendía a todo el mundo y eso provocó una revolución.

–¿Conocía la materia?

–Era un 2 de octubre, la asignatura era Electricidad Industrial, Electrónica y Teoría de Circuitos, quería que empezara ya y prometió que me ayudaría y me daría apuntes.

–¿Cómo libró del apuro?

–El catedrático al que iba a sustituir no había dado clases en los dos últimos años y había un montón de repetidores, pero ninguno que supiera más que yo. Viví el curso al día. El siguiente año ya no fue así y me gustó mucho la Universidad. Me iban a preparar la oposición para que saliera catedrático pero a mitad de ese curso Hunosa convocó unos puestos.

–¿Era tentador?

–En la Universidad se vivía bien, pero pagaba mal. Entré en Hunosa en febrero de 1982. Era presidente Mamel [José Manuel Fernández Felgueroso], a quien conocía como un excelente profesor y un gestor impresionante, un poco desastre para sus cosas.

–¿Qué hizo en Hunosa?

–Fui ingeniero de producción. Habré bajado a la mina 500 veces en 10 años. Entré en el pozo San José, en medio de Turón, con bocamina a 50 metros de donde habían vivido mis abuelos.

–¿Qué ambiente encontró?

–Franco había muerto en 1975 y en 1982 las relaciones entre los ingenieros y los sindicatos eran duras. Tuve un aterrizaje muy bueno porque en Turón saludaba a mucha gente y me consideraban un ingeniero del pueblo. Fui ingeniero auxiliar y jefe de pozo con 600 trabajadores. Estuve casi 8 años y después pasé al Pozo Candín.

–El de José Ángel Fernández Villa, líder del SOMA-UGT

–Mi jefe en Turón fue Adolfo Villaverde, un fenómeno en todos los sentidos, incluso en alguno que se puede contar, pero no escribir.

–Entonces no lo cuente.

–Cuando lo nombraron director general de Hunosa me mandó al Candín y así, en diciembre de 1989 yo era el jefe de pozo más joven de Hunosa en el mayor, con 1.300 empleados. Su líder sindical se llamaba José Ángel Fernández Villa; el segundo, Laudelino Campelo y el tercero, Belarmino García Noval, estaba enfrentado a los dos primeros. Con lo que aprendí de la vida en mis 7 años de San José y mis dos años largos de Candín, todo lo demás me pareció muy fácil.

–¿Importaba más la producción o la política?

–Tuve mucha suerte cuando llegué a Candín porque los dos años anteriores habían sido una huelga continua. Porque me veían joven, simpatía o tal, llegamos a unos resultados de producción muy buenos y con muy pocas huelgas. Encontré gente seria del SOMA, de CC OO y de la Corriente Sindical de Izquierdas, donde estaba «Pola» [José Álvarez].

–¿Por qué se fue de Hunosa en febrero de 1992?

–Era muy duro y yo había hecho Económicas y quería dar valor a mis dos carreras.

–¿Cuándo estudió Económicas?

–Empecé en 1980. Cuando eras muy listo, tenías que hacer otra carrera, mi hermana era economista, me gustaban los números y me pareció fácil de no estudiar, porque tenía poco tiempo. No me convalidaron ni las matemáticas. La seguí en la Universidad a Distancia que funcionaba de cine. Trabajaba, estaba casado, tenía dos hijos entonces, saqué 3 asignaturas por año, acabé en 1991 y pensé «tengo que hacer algo para salir de Hunosa». Un amigo me llevó a su hermano, Manolo Penche, que era el director de Gas Asturias, y me dijo que en Madrid buscaban un ingeniero para un tema comercial.

–No era lo suyo.

–No me veía mucho en temas comerciales, ir y venir a Madrid no era tan fácil como ahora y decirlo en casa –mi suegro trabajador de Hunosa– era muy complicado, pero acepté. A los 15 días me dijeron que era para conocerme, pero que nada de Madrid, que Gas de Asturias quería desarrollar el área comercial.

–Avisó en Hunosa…

–De que me iba en diciembre de 1991, me pidieron quedar hasta mediados de febrero, pudo ser y acepté. Esas navidades me llamó una persona relevante de UGT, no Villa, y me dijo que, como estaba bloqueado uno de los convenios de las entradas, las prejubilaciones y demás en la Hunosa de los 20.000 empleados, se iban a encerrar el día antes de Nochebuena en el Pozo Candín. Me defendí porque todo el mundo sabía que me iba y que se encierren en tu pozo es una putada descomunal. Al final, no sé si por pena o por estrategia, una semana después me dijeron que se encerraban en el pozo Barredo. Lo sentí por el jefe de Barredo, que era y es amigo mío, y no sabe esto que estoy contando.

–En Gas Asturias estuvo hasta 1997.

–Cuando se liberaliza el sector de la energía y se decide dejar de tener abonados para tener clientes subo a director comercial de Hidroeléctrica del Cantábrico.

–¿Qué diferencia notó entre la empresa pública y la privada?

–Ninguna. La diferencia de eficacia la hay entre empresa pequeña y empresa grande. Salí de una empresa pública grande, complicada, a Gas Asturias, una filial de Hidroeléctrica del Cantábrico que tenía total independencia, éramos 60 empleados y funcionaba. Cuando llegué a Hidroeléctrica del Cantábrico me encontré Hunosa bis con 1.200 empleados. En las primeras reuniones alguien me dijo «aquí ganamos dinero, ¿eh?» y le respondí «sí, pero ya quisiera yo que se trabajara como se trabajaba en el Pozo Candín». Una empresa grande es muy difícil de gestionar.

–¿Cuánta gente hay en TotalEnergies?

–Somos 300, un tamaño bueno. No somos funcionarios.

–Llegó EDP, multinacional, centro de decisión en Lisboa.

–Hubo años en que cogí 200 aviones para vuelos cortos. Tengo la tarjeta infinita de Iberia, que demuestra lo pringado que fuiste.

–En Hidroeléctrica había los mismos sindicatos.

–Pero era diferente, de corbata, sentados detrás de un ordenador y en centros de trabajo en los que no se pasa mal. En Hunosa tuve dos muertos en mis 10 años y es cuando peor se pasa.

Tiene tres hijos.

–Me meto mucho con ellos diciendo que fueron de la jet pija porque estudiaron en el colegio de Meres. Irene, 39 años, teleco metida en lo financiero, directora de canales digitales de remotos de Unicaja, trabajó 9 años en el Banco de Santander en Madrid, vino a Asturias por amor, se casó con Javi Botas García Barrero, muy majo y de padres encantadores y es madre de mis dos nietas, Gala y Telma, de Cuatro y dos años respectivamente. Viven en Gijón.

–¿Después?

–Guillermo, de 35 años, que es ingeniero de Caminos, se metió en consultoría y vive en Londres, trabaja en un fondo de inversión, nos dio una nuera y unos consuegros libaneses con los cuales, en estos días, tenemos una especial relación por razones obvias. En diciembre esperamos un nieto inglés.

–Y tiene una hija descolgada.

–Carmen, 27 años, a la que le va la marcha y hace el tercer año de residencia en oncología.

–¿Fue un padre presente?

–Sí. El referente es la madre, pero estuve con los tres. Con mi hijo tuve una relación especial porque su profesor de música le metió por la clásica y a los 12 años empezamos a ir a los conciertos de la OSPA y me enganché. Desde sus 11 años hasta que me lo quitó la libanesa fuimos a esquiar juntos a los Alpes, a Vaqueira… Al principio mi mujer me decía «ten cuidado por dónde metes a tu hijo» y a partir de sus 18 le decía a él «ten cuidado por dónde metes a tu padre».

¿Cuándo empezó a correr?

–Jugué al fútbol hasta que un salvaje me rompió un codo. Jugué mucho al tenis, 100 días al año, 50 con Javier Fernández, cuando no era político y después. Con 40 años empecé a tener problemas de espalda por dos hernias discales y no podía andar. Me prohibieron todo, busqué al médico adecuado que me dijera lo que quiero oír, no me operé, hice rehabilitación, nadé y en 2009, cuando me cerraron por obras la piscina del CAU empecé a correr. Conocí alguna persona de la compañía que presumía de hacer medias maratones y me parecía poco. En 10 años corrí 15 maratones porque cuando hago algo, lo hago.

–¿Qué le dicen sus articulaciones?

–Mi cuerpo dice que tengo muchos años y que, aparte de la velocidad que pierdes, no tengo fuerza en las piernas. Estoy yendo al gimnasio dos o tres días a la semana con una persona dedicada a mí solo para hacer fuerza en las piernas. Hay otros deportes para otra edad. De los 365 días del año puede haber 5 en los que no haga deporte.

­–Le tocaron un tiempo y un entorno muy socialdemócrata.

–Sigo sintiéndome de Mieres, donde uno del PP era más de izquierdas que un señorito de Oviedo del PSOE.

–¿De Mieres o socialdemócrata?

–Soy socialdemócrata de Luis Martínez Noval, de Javier Fernández; de otros, no. Creo en la socialdemocracia de verdad, de justicia…

–¿Qué tal cree que le trató la vida hasta ahora?

–Muy bien. Alguien dice que para ser feliz tienes que tener un número de desgracias por cada cosa buena porque si todo es bueno, no lo percibes. Cuando me pasan muchas cosas buenas busco cosas malas para empatar. Soy muy merengue, pierde el Madrid y ya tengo cubierto lo malo.

–Normalmente la gente es del Madrid para sentir que gana en algo.

–Empecé a llevar a mi hijo a ver al Real Oviedo el año que bajó a segunda y él cogió un disgusto tremendo. Me prometí que tenía que hacer algo para que mi hijo no fuera un desgraciado toda su vida, empecé a llevarlo al Bernabeu y ahora sufre menos.

–O sea, la vida, muy bien.

–Tuve unos padres estupendos. Mi padre se murió con 86 años de un cáncer de estómago, y mi madre con 79, de un cáncer de páncreas, pero un mes antes había pasado la Semana Santa -sola con todos sus nietos- de vacaciones en Canarias. Al volver se sintió mal. No tengo ninguna desgracia en mi alrededor. En los últimos años de mi vida tengo el lujo de perder el tiempo con la gente que quiero y ni un minuto con quien no. La inmensa mayoría de la gente es muy buena.

–Sigue en activo. ¿Qué relación tiene con el trabajo?

–Estoy activo porque quiero y es un lujo. Tuve mucha suerte en mi fase final de la vida, creo que no merecida. A mí no me gusta trabajar, pero tengo 67 años y trabajo.

–¿Se ha puesto límite?

–A los 61, por mis años de Hunosa me podría haber jubilado. En EDP había pensado en los 64. Cuando vine aquí pensé en los 67 y ahora la meta son los 70, pero con la puerta abierta de poder seguir.

–¿Teme dejar de trabajar?

–No. Estoy 15 días de vacaciones y no tenga ganas de volver. En el cole tenía manía a Eva porque era responsable de que tuviera que trabajar.

Javier Sáenz de Jubera Álvarez

Asociado Corporativo y mentor

La Nueva España

El Comercio