La dramática realidad del sector europeo del automóvil
A nadie le puede sorprender la dramática realidad del sector europeo del automóvil. China y sus coches eléctricos, a unos precios imposibles de igualar, han dinamitado el mercado. Ocurre también en EE UU. Allí, la reacción ha sido contundente: desde el mes de septiembre hay aranceles del 100%, además de gigantescos estímulos económicos para la producción. En Europa se confirma –con divisiones– una reacción también de aranceles, hasta de un 36%.
La bomba reciente de Alemania ha resonado en todo el continente: Volkswagen valora la posibilidad de cerrar varias fábricas. No había ocurrido nunca en los casi 90 años de historia del grupo. La rumana Dacia habla ya de despidos. El gigante Stellantis –catorce marcas, desde Fiat y Opel hasta Peugeot y Citroen– lleva todo el año tomando medidas drásticas.
La preocupación llegó esta semana al pleno del Parlamento Europeo. Desde Estrasburgo hemos hablado de la crisis, de empleos, de reindustrialización y pérdida de competitividad en este sector estratégico, y de los frentes abiertos: exigentes fechas de descarbonización, revolución digital a medias, exceso de reglamentación, desfases tecnológicos, desigualdad competitiva…
Y la dimensión del problema no es cualquier cosa: cerca de 600.000 empleos directos e indirectos en España, casi 14 millones en Europa. Una crisis en la automoción – pensemos en España, en Asturias– repercute en las pymes, en los servicios, en buena parte del tejido económico: aunque no se fabriquen automóviles en una región, está la demanda de piezas y materiales que tienen que ver con el aluminio, los plásticos, el textil, o el acero, donde Arcelor ya ha notado la reducción de la demanda del sector de la automoción… Sin olvidar al usuario: nuestro parque móvil tiene de media 14 años. A nadie le gusta ir en un coche viejo, menos seguro, con más riesgo de averías, mayor consumo y menos prestaciones, pero los precios están por las nubes. Nadie se puede extrañar de que suenen las alarmas.
Nuestras políticas climáticas son muy ambiciosas –prohibir dentro de 11 años los coches con motor de combustión– pero no están acompañadas de los mecanismos para conseguirlas. Luca de
Meo, CEO de Renault, lo ha sintetizado brutalmente: «Mientras los americanos estimulan y los chinos planifican, los europeos regulan».
La Comisión tiene que reaccionar, no hay más remedio. Pero esto no va de aranceles. La cuestión es si podemos recuperar el terreno perdido. La cuestión es qué debe hacer Europa para plantar cara a China y salvar una industria tan importante.
No es tarde para entender las razones por las que la joya de la corona de la industria europea se encuentra así. China nos lleva una década de ventaja en la tecnología del coche eléctrico, en la articulación de un plan estratégico de control de toda la cadena de valor, desde los materiales críticos para las baterías hasta el software y los chips.
Y en Europa, la electrificación no va al ritmo que se esperaba. Seguir manteniendo que el objetivo está en los 5,5 millones de coches eléctricos en 2030, como alienta Ribera, cuando hay menos de medio millón circulando no es realista. Los coches son caros y la red de recarga es muy insuficiente. Es prácticamente imposible alcanzar los objetivos que nos hemos impuesto: y ya no hablo de las cero emisiones de gases previstas para 2035, sino los objetivos de reducción para 2025. Ni en España ni en Europa, las multas pueden ser una solución. ¿Vamos a penalizar a los fabricantes que no lleguen a esos objetivos? ¿O vamos a analizar si se dan las condiciones necesarias para la electrificación y explorar todas las vías posibles para que nuestra industria las alcance? Y esas condiciones tienen que ver con la infraestructura de puntos de recarga, con los precios de los coches y de la energía, con la disponibilidad de baterías y componentes.
Acompañar al sector automovilístico en este camino es nuestro deber. Más flexibilidad, más seguridad jurídica, y más simplificación burocrática son tres primeros pasos. Y después hay que ir a la reacción estratégica, la que no tiene que ver con las sanciones a China sino con lo que nos falta: una visión de conjunto a la altura del reto. Necesitamos un plan específico para el sector. Nos lo acaba de decir Mario Draghi: o hay respuesta europea para acompañar su transformación o no habrá solución. O hay voluntad política y económica para desarrollar una tecnología genuina, con proyectos estratégicos liderados por el sector privado pero apoyados por el público, o perdemos esta batalla.
Tenemos pocos años para recuperar la joya de la corona. No podemos rendirnos. Es clave una nueva estrategia industrial y lograr la transición sensata a la movilidad más limpia y sostenible del coche eléctrico. Nos jugamos el futuro tecnológico, la prosperidad económica y el bienestar de los europeos.