El hidrógeno verde no competirá como fuente de energía si no alcanza un precio razonable
Recientemente las Cámaras de Comercio de varias regiones se reunieron en Vigo y pidieron «apoyo institucional» para el desarrollo de dos sectores estratégicos: el hidrógeno verde y la eólica marina. Esos apoyos, como los divinos, son buenos, pero la humanidad avanza desde la osadía fundamentada en la inteligencia la valentía y el rigor, hijos del viejo principio de que la suerte es proporcional al sudor, y que por ello las cosas no nacen de esperanzas vanas, sino de abordarlas conscientes de que lo imposible no puede ser y de que todo tiene ventajas e inconvenientes. Sin ello se puede vivir en mundos oníricos o en avatares, pero no en la realidad.
Por eso conviene recordar dónde estamos, qué queremos, por qué lo queremos, para qué lo queremos, cómo lo vamos a utilizar y cómo lo produciremos, dado que tenemos que cristalizar lo que se nos ofreció hace años cuando se proclamó que el futuro de Asturias estaba asegurado con las nuevas industrias fundamentadas en el hidrógeno que, a precios de ganga con respecto al mercado mundial, se iba a conseguir.
Como fruto de ello se demolieron nuestras fuentes de energía y posteriormente se fue subiendo la apuesta para hacer promesas de más riqueza. También se puso sobre la mesa la posibilidad de producirlo en el lugar en el que sea más barato hacerlo, para después transportarlo, aunque esté lejos del punto de consumo. En ese escenario surgieron la red de hidroductos, así como el papel de los superpuertos como el Musel y las conexiones bajo el mar, por ejemplo la Barcelona Marsella.
Todo ello sigue sumido en la inconcreción, pues continuamos sin conocer nada preciso sobre el desarrollo de los proyectos, ni el estado de los estudios técnicos, ni siquiera los plazos: y ni se sabe si se obtendrá un precio competitivo. Esto último es esencial, porque las expectativas actuales están muy alejadas de los números manejados al principio y, lo que es más importante, de los precios de la energía para producir metales (acero, por ejemplo) competitivos. Sin ellos desaparecerá también la industrial transformadora, desde vehículos hasta robots de cocina.
Para conseguir esto se necesita saber lo que se va a consumir aquí y lo que vamos a exportar, tanto con hidrógeno ajeno, como con el que fabriquemos con electricidad foránea, como con el producido por nuestra energía eólica, marina y terrestre. Ello implica conocer los detalles de los proyectos a abordar, lo que exige tener tecnología ligada a la fabricación, almacenamiento y distribución del hidrógeno, así como la de todo lo necesario para obtener electricidad renovable. Ello es esencial porque en un mundo competitivo, además de trabajar mucho y vender muy bien, hay que ser inteligentes y rápidos. Lo que supone también no confiar en cuentos de la lechera sobre el proceso y el tiempo que llevará madurar el asunto.
Hay que trabajar, no se puede actuar siempre con la tecnología de otros. Ello exige la sinergia entre unas empresas que, con inteligencia y osadía, avancen y un gobierno que las apoye. Lo primero que hay que saber es que la electrólisis tiene un rendimiento físico muy bajo, lo que implica disponer de unos precios para la energía muy baratos. Eso no hay que decirlo: hay que conseguirlo.
En consecuencia, debemos conocer con respecto a la fabricación de hidrógeno:
1. ¿Cuales son los números que la justifican?
2. ¿Se pueden conseguir los objetivos con tecnologías probadas y protegidas económicamente?
3. ¿Lo son con unas tasas internas de retorno (TIR) adecuadas, tras tener en cuenta el coste del transporte del H2 hasta el punto de consumo del comprador?
4. ¿Es razonable transportar hidrógeno, material difícil de mover y agresivo, en lugar de electricidad?
5. ¿Ese hidrógeno impulsará la industria transformadora en Asturias o solo valdrá para auxiliar a algunos intereses concretos?
6. ¿Es viable este negocio o solo es un camino para obtener fondos europeos?
Y con respecto a las consecuencias para Asturias, cuáles son…:
1. Los beneficios globales que el nuevo sistema traerá.
2. Si él nos convertirá en más competitivos y prósperos.
3. Si la industria derivada del nuevo sistema creará valor añadido.
4) Si, por el contrario, acabaremos como productores de las nuevas materias primas a los que otros sacarán plusvalías.
6) Si, en consecuencia, viviremos una edad de oro con empresas y trabajos de calidad, o no.
Resumimos con lo fundamental porqué, como dicen en Cataluña, «la pela es la pela»: El hidrógeno verde no competirá como fuente de energía si no alcanza un precio razonable. Por eso no tiene ninguna posibilidad de futuro mientras el kilo valga de 5€ para arriba y aquí sigamos pensándolo, para el acero por ejemplo, sobre el de 2,5. Si no se consigue, todo fracasará, diga lo que diga el Pacto Verde.
Mientras no progrese la ciencia existe otra alternativa que es subvencionarlo con dinero público, pues todos sabemos que en USA utilizan mucho el gas para electrolizar con corriente procedente de él. Lo consiguen a 4 euros y subvencionan 3. Otra alternativa sería la energía nuclear, pero eso en España resulta tabú. En Europa no: deberíamos ser realistas.
En cualquier caso, lo esencial para Asturias no es el hidrógeno, ni la energía, ni la logística, ni el «sursum corda» porque, como decía Charles de Gaulle, todo ello es intendencia, o (añadimos nosotros) hablar del santo grial, que al parecer tiene poderes mágicos, o de la pócima de Merlin que convierte en oro todo lo que toca.
Para solucionar todos nuestros problemas (la crisis demográfica, la quiebra del Estado de bienestar, la impagable deuda, la ínfima productividad de nuestro sistema que hace que no seamos competitivos, aunque nos regalen la energía…) la única solución es pensar, trabajar y echarle coraje todos juntos en unión.