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Colombia en Colombres, de Francisco Rodríguez

Colombia en Colombres. Un homenaje a todas las casas de Asturias de las que salieron emigrantes a América.

Escribe Jean Baudrillard que en América todo es más grande: el mayor río del mundo es el Amazonas, que recorre nada menos que 6280 Km. antes de desembocar en el Atlántico. Las nubes que van de un lado a otro son más grandes; como los árboles de la Amazonia, la mayor reserva forestal del planeta. Y, tal vez por eso mismo, el descubrimiento de América, haciendo abstracción de las etapas precolombinas, ha sido la hazaña mayor y más
trascendental de la era cristiana. Lo que, desde luego, tiene que ver no con los celtíberos o los visigodos, sino con los españoles, con una nueva concepción ibérica, llamada España, fruto de la unidad política forjada por Cisneros y los Reyes Católicos. Y ello pese a que, según los científicos de la
época, no tenía sentido ir en pos de un mundo nuevo y desconocido, poniendo rumbo hacia Occidente, dado que los que sabían de estas cosas entendían que lo que en todo caso procedía era bordear Siberia a ver qué cosa se encontraba al sobrepasar los confines orientales.

Les extrañaran a ustedes estas palabras previas que no añaden nada nuevo a lo que todos deberíamos saber. Pero no estoy muy convencido de que así suceda, dado que la memoria no suele ser el arma más segura con que cuenta la naturaleza humana. Y tal vez por eso mismo, pese a que en 1492, fecha en la que Cristóbal Colón, un marino extranjero al servicio de España, desembarcó en la isla de San Salvador, al otro lado del Atlántico y hace poco más de cinco siglos, apenas nuestras juventudes actuales tienden a reconocer que se trata de un fenómeno mundial que acontece nada más estrenar el período de tiempo conocido como Edad Moderna. Es decir, que el tremendo suceso ocurrió, como quien dice, ayer.

Pues bien, yo sí quiero dar trabajo a mi memoria; sí quiero organizar virtualmente un paseo íntimo por mi diminuta historia, buscando dar sentido a lo que hacemos, y disfrutar, además, dejando en rienda suelta a una sensibilidad que para nada puede ser nostalgia de un tiempo no vivido; de un recodo de la historia en el que no tuve ocasión de participar en lo que Américo Castro denomina “vividura”, que es mucho más que la simple vivencia. Pero la “vividura” que no tuve porque no era “mi entonces” puedo recordarla ahora en toda su proyección imaginativa, y, por lo tanto, puedo atreverme a interpretarla pasando por encima de los siglos. En realidad, ocurre como si se tratase de una auténtica novela a la que sólo falta la magia incomparable de Gabriel García Márquez.

Pero, al hablar del autor de “Cien años de Soledad” y de “Vivir para contarla”, sin apenas darme cuenta, he caído en medio de nuestra queridísima Colombia, el país que nos honra hoy con su presencia en tierras de Asturias; el que nos envía su bandera como mejor testimonio a la hora de hacernos sentir que se trata de uno de los nuestros; el país muchas de cuyas ciudades llevan nombres hispanos: Santa Fe, Medellín, Cartagena, Barranquilla…; el país donde florecen hoy empresarios de excepción, dispuestos siempre a ilustrar con hechos lo que han sido capaces de proponer, y después hacer, en beneficio de su pueblo, como es el caso de Omar González Pardo, aquí presente hoy, en la Sacristía de la Hispanidad, nombre con el que queremos, algunos, simbolizar en Colombres lo que el gran Octavio Paz llamó “síntesis del amor”.

Pero también quiero referirme en este acto a la inmensidad de la emigración española a tierras de América. Fueron, aquéllos, españoles que posiblemente buscasen la gloria -la imaginación del hombre carece de límites-, pero lo que sí necesitaban era que alguien les diera nada menos que trabajo, o, lo que es lo mismo, la forma de ganarse la vida más allá de los consejos. Y ese hecho, esa dimensión constitutiva de lo que llamamos realidad, que hace buenas las palabras del maestro Ortega, al afirmar que el hombre es él y su circunstancia, es una consecuencia directa de dos intereses creados previamente: el descubrimiento moderno de un nuevo continente y la introducción inmediata posterior de una nueva cultura, que incluía la necesidad de crear trabajo, o hacer cosas que antes no se hacían. De ahí que venga a cuento señalar la importancia que en la vida del hombre tiene eso que se llama “oportunidad”. Lo decimos porque en la España de la Edad Moderna y parte de la Contemporánea nacía mucha más gente en las zonas rurales que la que nace hoy, y que la cosa duró hasta agotar las posibilidades del minifundio. Y para nada exagero si digo que “menos mal” que el surgimiento de “Nuestra América” abrió las puertas del trabajo a todos aquellos que en España se agitaban sin perspectiva en un país al que la historia había dejado sin los recursos abundantes de tiempos anteriores. ¡Menos mal!, repito, que el Nuevo Continente abrió para millones de españoles la oportunidad innegable que queremos hoy valorar, agradecer y recordar, como bien nacidos que somos.

Pero la paradoja existe. Y las circunstancias por las que atraviesan los países van y vienen, como las olas del mar. Y resulta que, en Europa, hoy, nacen menos gentes de las que se marchan en pos de unas vacaciones seguramente merecidas. Y la perspectiva es abrir las puertas a una inmigración que ha de sustituir a las emigraciones que, todavía en el siglo XX, constituían la realidad sociológica de América y de Europa. Por eso no sé muy bien si lo paradójico del asunto es motivo de regocijo o de llanto. Seguro que pronto saldremos de dudas.

Señores, no es por casualidad por lo que ha surgido en Colombres una fundación que, en el fondo, no es sólo una muestra de reconocimiento a los nuevos países que acogieron a aquellas nuestras gentes que buscaban unos horizontes que en Europa estaban cerrados, sino el homenaje, si se quiere romántico, a todas y cada una de las casas de Asturias, sobre todo, del medio rural, donde, sin hipérbole, antes o después, salió para América un paisano nuestro, que, no por antecesor desconocido, sería imperdonable olvidar. Los asturianos tenemos, todos, parientes en “Nuestra América”. Y desde esta “Sacristía”, rebosante de gratitud y respeto, lo reconocemos, lo celebramos y lo promulgamos en voz muy alta.

La Historia no deja nunca de ser el mejor retrato del hombre. Entre otras cosas, porque la Historia no hace fotografías, sino que da cuenta de las vicisitudes; da a conocer las contradicciones; refleja hechos de los que componen la existencia; a la vez que nos permite, por si queremos usarla, la posibilidad de alzar la voz y reclamar un lugar para defender eso que se llama experiencia, algo que, al parecer, sólo Kant acertó a hacer, al atribuirle el don de “conocimiento sintético a posteriori”. El problema es llegar a entender por qué nos cuesta tanto caer en la cuenta. Por qué no nos detenemos frente al error hasta entender su porqué ¿O es que tiene alguna duda que sólo se aprende del error reconocido, del error del que se tiene consciencia?

Y, por eso mismo, porque sería un error no reconocer que el hecho admirable de la Conquista española alcanza su máximo significado en que muchos millones de hombres y mujeres hablan español, que es la lengua de Castilla, el tesoro que, sin darnos cuenta, nos une por encima de filias y fobias, no quiero terminar mis palabras breves de este acto sin dejar constancia de que se trata de un valor que no podemos desconocer ni empequeñecer ante el mundo. Y porque, sin lugar a dudas, es una grandeza histórica que, abundando en el decir de los mexicanos, debe ser “cacareada” hasta instalarla en la eternidad.

Querido Omar, tu presencia en Colombres, trayéndonos el símbolo entrañable de la Bandera colombiana para que ondee siempre en esta tierra de Asturias, en homenaje a la maravilla inmensa de la Hispanidad, merece respeto; merece agradecimiento; y merece, desde luego, que te digamos, desde el sentimiento más auténtico de que seamos capaces, que esta Casa de Colombres es también la Casa de Colombia y de todos los colombianos.

Muchas gracias.

 

     Francisco Rodríguez

     Presidente de Industrias Lácteas Asturianas